Diversas catástrofes naturales (inundaciones y sequías) que determinaron muy malas cosechas e importantes descensos en la producción alimentaria de regiones de Asia y África en los años 70, la radicalización de las posiciones políticas y económicas de las naciones subdesarrolladas y la utilización por las principales potencias capitalistas del “arma de los alimentos”, determinaron la necesidad de realizar estudios más profundos acerca de las causas de las hambrunas.
Estos estudios se correspondieron con una época en que las investigaciones sobre los denominados problemas globales dejaron a un lado sus primeras aproximaciones simplistas (al ser informes elaborados a partir de los resultados de modelos económico-matemáticos), la inclinación a un enfoque tecnoeconómico y cuantitativo, y el soslayamiento de las dimensiones sociales, políticas y otras.
Desde el punto de vista económico, el hambre y la malnutrición son consecuencia de los bajos niveles de ingreso (pobreza) existentes en las naciones subdesarrolladas. En lo social, ambos flagelos tienen notables consecuencias sobre el estado sanitario y educacional de los afectados. En lo político, se relacionan con situaciones de sometimiento político-económico que llevan a la acentuación del atraso y el subdesarrollo en extensas zonas del planeta, y a la creciente dependencia de muchas naciones subdesarrolladas de la ayuda alimentaria de emergencia, entre otras cuestiones. Desde el punto de vista ético, constituyen una afrenta a la dignidad de una importante fracción de los habitantes del planeta.
Muchos de los abordajes de la temática alimentaria a partir de finales de los años 70 y en los 80 se caracterizaron por la incorporación de nuevas dimensiones analíticas como las cuestiones relativas a los sistemas de tenencia y explotación de la tierra, las desigualdades nacionales e internacionales en la distribución de los ingresos y el estado de las relaciones económicas y políticas internacionales, todo lo cual posibilitó ver la naturaleza sistémica de la referida temática.
De esta manera, se produjeron sustanciales desarrollos en la comprensión de la problemática del hambre como un importante asunto global, ya que fueron puestas de manifiesto sus aristas económicas, sociales, políticas, éticas e, incluso, medioambientales.
Sin embargo, a partir de la segunda mitad de los años 70 y, sobre todo, en los 80, las naciones capitalistas desarrolladas pusieron en práctica novedosas estrategias para doblegar el protagonismo internacional alcanzado por las naciones subdesarrolladas a instancia de las actividades desplegadas por el Movimiento de Países No Alineados y el Grupo de los 7.
Esta situación determinó el comienzo de un paradójico proceso que se mantiene hoy en día de forma acentuada: el de la divergencia entre los resultados de las investigaciones acerca de las causas del hambre y las vías para su eliminación, así como el aumento de las posibilidades científico-técnicas del planeta para erradicar este flagelo, de una parte; y, de otra, la naturaleza de las acciones de las principales potencias mundiales (de la cual se han visto permeados muchos organismos y organizaciones internacionales), según la cual la “solución” del problema se reduce a la ayuda alimentaria y algunas otras pocas acciones.
De todas formas, en medio de este adverso contexto internacional para el impulso de acciones y políticas encaminadas a la solución de los más importantes problemas globales, ha sido posible el logro de algunos éxitos.
Tal es el caso del estado del debate en torno a los derechos humanos, temática impulsada por Estados Unidos y las restantes naciones industrializadas desde finales de los años 70 y mediante la cual se perseguía priorizar los derechos civiles y políticos. Tal campaña sería utilizada más adelante por estas naciones, alejándose de sus loables objetivos iniciales, para tratar de universalizar el modelo de sociedad e instituciones occidentales.
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