La comprensión del presente para construirnos con futuro

La comprensión del presente para construirnos con futuro

Aspectos de la recomposición de fuerzas


El secreto de la “unidad nacional”

Como se ha dicho, el cambio ha sido visible sobre todo en el escenario político. Aunque no deja de sorprender el hecho de que muchos de los que celebran ese cambio, precisamente en lo que Santos se diferencia de Uribe, son los mismos que hasta hace pocos meses no dudaban en elogiar a este último en forma incondicional. Sin embargo, hoy casi nadie duda de que lo que hacía, principal aunque no únicamente con las interceptaciones realizadas a través del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), era una guerra contra todo tipo de oposición. Se dirá que es una simple operación mediática, encaminada a sobrevalorar el cambio de estilo. Pero poco a poco, además, se destapa la olla nauseabunda de la multifacética corrupción. Todo esto, junto con los innumerables crímenes cometidos en nombre de la lucha contra el terrorismo, ya se sabía; lo nuevo es el reconocimiento generalizado por parte de los comentaristas de prensa. Pero no se trata de un ataque a fondo contra el uribismo o de un ajuste de cuentas, y ni siquiera de una crítica sino de una calculada indiferencia frente a su suerte. Aunque es un hecho que está quedando al margen (no malherido ni derrotado) un grupo social, económico y político.

A primera vista encontramos una reestructuración del bloque de poder, para utilizar el conocido enfoque de Gramsci. Pero, ¿se trata de un cambio radical de hegemonía? ¿O, como sostienen algunos, de una disputa por la misma, que, en su indefinición pudiera abrir una fisura para la irrupción de fuerzas ‘democráticas’? La respuesta es negativa. La hegemonía no está, ni ha estado, en disputa. Para entenderlo, es necesario recordar lo que representaba el referido grupo social. En pocas palabras, se puede decir que se trata de un grupo de base esencialmente provincial, rural, que combina narcotráfico, poder sobre la tierra y acción paramilitar. En cuanto terrateniente, es muy antiguo, lo mismo que el hecho de ser la sustancia material del sistema de partidos, y la base de reproducción de los gobiernos locales y del aparato legislativo. De las últimas tres décadas, sin embargo, data la combinación mencionada. Es, entonces, este grupo el que llega a la Presidencia con Uribe. Pero, aunque crece y se afianza, incluso económicamente, en estos ocho años, no es su resultado; por el contrario, la Presidencia fue el premio de un ascenso logrado a través de la más atroz operación criminal de masacres, terror y desplazamiento poblacional. Ya en 2002, S. Mancuso declaraba que su cauda política tenía más del 35 por ciento de las curules del Congreso de la República, lo cual se ha conocido con el nombre de “parapolítica”. No obstante, es indispensable aclarar que no se trata simplemente de que los paramilitares hayan comprado o controlado por la fuerza la representación política. Ser político y terrateniente ya era un hecho cuando este grupo –que, desde luego, va cambiando– decide comprometerse en el narcotráfico y la acción paramilitar simultáneamente. Téngase en cuenta que la estrategia paramilitar ha sido esencialmente una estrategia de Estado.

En realidad, la hegemonía dentro del bloque de poder ha estado siempre en cabeza de la oligarquía financiera. Es ésta la que, con el apoyo del gobierno de los Estados Unidos, incapaz de la menor concesión, incluso respecto a la propiedad territorial, y sintiéndose amenazada, no sólo por la insurgencia armada sino por la insubordinación social, decide entregarle a este grupo social, primero, el “trabajo sucio” y luego el oficio de gobernar. El triunfo de Uribe, y sobre todo su largo gobierno, hubiera sido imposible sin el apoyo de personajes como Sarmiento Angulo, Ardila Lulle y Santo Domingo, dueños, por cierto, de los medios de comunicación, con el respaldo de otros más discretos como el grupo de Davivienda, encabezado por don Efraín Forero y los exportadores, entre quienes se destacan los de las flores, además de los grandes grupos considerados locales como el ‘sindicato antioqueño’, los Lloredas y Caicedos, y otras familias ‘prestantes’. Y, por supuesto, de las multinacionales y sus testaferros o voceros.

Todo esto es archiconocido. Basta, en todo caso, repasar las declaraciones de los gremios. No estuviera en discusión, sería ocioso repetirlo, un verdadero crimen de la oligarquía y de la burguesía que algún día la justicia histórica habrá de cobrarles. Desde este punto de vista, es posible decir que la fracción narco-para-terrateniente ha sido clase reinante, dominante en el escenario político, mas no hegemónica. Y contaba con condiciones para serlo: como ya hemos dicho, es indisoluble de la función de representación política; antes cumplía su papel como poder regional y local en el juego de alianzas que garantizaba la reproducción del poder burgués en su conjunto; en estos nefastos ocho años, gracias al imperativo de la guerra sucia, pudo gozar de los atributos de gobierno nacional.

El cambio significa, por consiguiente, que la oligarquía financiera considera cumplida y satisfecha la tarea encomendada. Decide retomar el papel de fracción reinante; directamente –Santos es uno de sus vástagos–, e indirectamente a través de la tecnocracia neoliberal, para lo cual le es indispensable reconstruir el esquema de alianzas. He ahí el secreto de la “unidad nacional”. Desde luego, está obligada a hacerse cargo de los desastres ocasionados por el poder (inclusive económico) y por las ínfulas que había ganado esta fracción rústica, brutal e ignorante, y sobre todo del riesgo representado por la popularidad que le habían fabricado al mesías troglodita. De ahí que tuvieran que ofrecer el cambio como prolongación del uribismo, y que al mismo tiempo redujeran el cambio a cuestión de estilo y buenas maneras. El ‘destape’ permite justamente atribuir la empresa criminal a un grupo ajeno –cosas del pasado–, lavándose las manos. Pero la reorientación era, de todos modos, indispensable.

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