Porvenir de la unidad nacional
El cambio, como hemos dicho, seguramente nos conduce a un escenario peor. Una forma de entenderlo es recurrir a la conocida noción de la integralidad de los derechos humanos. Incluso si en una dimensión se ofrece el derecho a la vida por parte del Estado (si se cree en el discurso oficial), en cambio la negación de las condiciones sociales, económicas y culturales hace que no se pueda hablar de condiciones democráticas ni siquiera en términos burgueses. Pero desgraciadamente no es posible creer en el discurso oficial. Lo único que queda es el “respeto del equilibrio entre los poderes”, la “libertad de prensa” y la reiteración del ritual electoral. En Colombia ya hemos vivido esta situación. Hasta cierto punto, la época de Uribe fue una excepción. Las aguas vuelven a su cauce normal. Como sucedió en Perú después de Fujimori. No gratuitamente se sigue diciendo que Colombia es la “democracia más antigua de América”.
El peso de la tragedia que hemos vivido –no digamos en los pasados ocho años sino durante casi tres décadas– sigue oprimiéndonos, sin embargo, como un chantaje atroz y una amenaza criminal. Determina, como decíamos al principio, la escasa magnitud de nuestras ambiciones. De ello depende la continuidad de la unidad nacional. Con su habitual cinismo lo expresaba recientemente Humberto de la Calle: “El fenómeno sorprendente, por el contrario, es la nueva izquierda santista. Después de décadas de calificarlo como el adalid del neoliberalismo, centralista, clubman, alejado del pueblo, educado en el exterior, ajeno a la mesocracia mestiza, ahora para esta nueva izquierda Santos es su campeón. La razón no es lo que aparenta; es que entienden que sostener a Santos es un seguro contra el uribismo recalcitrante. Tal neoizquierda se pega a Santos como una lapa para protegerse de Uribe. De modo que, mientras Uribe esté activo, como piensa estarlo, Santos no corre riesgos por este flanco. O sea que, a la vez, Uribe también es un seguro para Santos en una combinación sinalagmática perfecta”.
Decir uribismo equivale a paramilitarismo, y también a un grupo social hoy probablemente marginado, en la función mediática de chivo expiatorio, pero que no ha desaparecido ni va a desaparecer, toda vez que constituye, ese sí, el más eficaz seguro para la oligarquía financiera contra toda tentativa de cambio social. En realidad, el embrujo santista no es más que la prolongación, aparentemente contraria, del embrujo uribista. Sólo desaparecerá cuando éste haya muerto definitivamente.
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