La comprensión del presente para construirnos con futuro

La comprensión del presente para construirnos con futuro

Las calculadas sorpresas internacionales

El objetivo actual de la oligarquía financiera tiene que ver, en efecto, con las posibilidades que ofrece para sus ganancias el contexto internacional, y por tanto con la consolidación del modelo de desarrollo que se ha propuesto imponer en el país. Es por eso que el signo dominante de la política de Santos es lo económico: avanzar en el esquema neoliberal. Es cierto que Uribe llevó a cabo una tarea importante en esta materia, especialmente cuando era necesario utilizar métodos bárbaros, por ejemplo, en el programa de privatizaciones. Pero resultaba incapaz –e incluso un estorbo– para seguir adelante. En este punto es preciso aclarar que había un factor fundamental que tornaba necesario utilizar la fracción narco-para-terrateniente: en realidad, la clave del modelo de desarrollo está en el área rural, toda vez que se trata de entregar los recursos naturales para la explotación y el aprovechamiento de la inversión extranjera. Se habla de oligarquía financiera porque el resorte de su existencia es la especulación, pero sus negocios se distribuyen en diversas actividades. Por eso –y por su naturaleza de grupos familiares tradicionales–, no se habla de burguesía industrial o de cualquier otro ámbito. Y de ahí su capacidad para establecer alianzas con otras fracciones de las clases dominantes. Y en subordinación frente al capital extranjero.

Así, pues, el uribismo criminal había sido útil en la empresa de limpiar de oposición, y de seres humanos, extensas porciones del territorio nacional, pero el esfuerzo no podía quedarse en especulación inmobiliaria o ganadería, y ni siquiera en el monocultivo de la palma aceitera, sobre todo si permanecía en manos de estos advenedizos. Los logros en materia de guerra contra las farc, en especial en el ámbito político, se podían considerar suficientes. Cumplida esta tarea, venía la de la construcción, sobre todo con relación al objetivo indiscutiblemente estratégico del momento y en el cual Uribe, inseparable de la práctica de la corrupción, nada había adelantado: la construcción de infraestructura de transporte. Al menos eso es lo que a la oligarquía le dicta su análisis. Otra cosa es saber si está en lo cierto y si es capaz de llevar a cabo su propósito.

Ahora bien, Uribe ha sido no sólo proimperialista en relación con los Estados Unidos sino también aliado o, mejor, lacayo, de una fracción política en ese país, la de la fracción más derechista del complejo militar industrial, expresada por la corriente de Bush en el partido republicano. Como se sabe, uno de los factores que más favorecieron el éxito del gobierno de Uribe fue el predominio simultáneo de la fracción Bush, ocupada, después del 11 de septiembre, en la cruzada antiterrorista y, líder de las peores doctrinas derechistas, en la política mundial. Pero en este momento, particularmente después del triunfo de Obama, esta afiliación del gobierno colombiano, unilateral y sectaria, dejó de ser ventajosa para la oligarquía financiera. Varias demostraciones ya habían podido apreciar, una de ellas la negativa del Congreso estadounidense a la aprobación del TLC; otra, la más importante, la reducción radical de la ‘ayuda’ militar, materializada en el ‘plan Colombia’. De hecho, lo único que pudo lograr Uribe en las postrimerías de su mandato fue mediante el ofrecimiento de siete bases militares, una jugada que en principio iba en interés de los Estados Unidos, pero, en la lógica de Uribe, significaba golpear a las farc mediante el hostigamiento a Venezuela. Sobra decir que con Uribe era imposible una reorientación.

Por otra parte, es claro que, a pesar de la hegemonía político-militar del imperialismo de Estados Unidos, el mundo es multipolar. Las multinacionales de origen europeo y principalmente español tienen presencia decisiva en Colombia. Nuevas potencias, llamadas emergentes, incluso en nuestro continente han ganado un papel de primera importancia. Sin tenerlo en cuenta, no es posible –y eso lo sabe la oligarquía financiera colombiana– avanzar en la reinserción dentro de la globalización. Uribe, es cierto, le otorgó enormes garantías y gabelas a la inversión extranjera, en lo que llamó “confianza inversionista”. Pero su modelo ha sido discrecional, inseparable de los intereses mezquinos de sus grupos de apoyo, corruptos y criminales. Lo que impone el ‘consenso’ actual es la seguridad jurídica pero de manera general y homogénea. Son urgentes la multiplicación y la diversificación de acuerdos bilaterales de inversión y de tratados de libre comercio. Se impone mirar hacia el Pacífico en interés propio y del capital extranjero, pues establecer relaciones con los grupos de capital de otros países latinoamericanos aparece como una necesidad. De ahí el imperativo de la reorientación.

En síntesis, también en el orden internacional es visible una recomposición de la relación de fuerzas. No otra cosa expresa el gobierno de Santos, muy lejos de la simple modificación de las prácticas de la diplomacia, aunque el cambio en el estilo –notorio en la reconciliación con Chávez, pero definitivo sobre todo en el tratamiento de la propuesta de Unasur– es un componente insoslayable. La oligarquía colombiana juega a la explotación de los nuevos equilibrios mundiales pero no a favor de la potenciación de la autonomía nacional sino en la línea de la entrega al mejor postor. Y ello tiene mayor aceptación en el conjunto de las clases dominantes.

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